Me marea la oscuridad, que mas bien es morada.

A que llegue el camión para ir al centro. Que sea visible por donde mis ojos apuntan, que mi ademán de parada le provoque su frenado. A subirme. A sentarme. No sin antes mi cambio de un billete de veinte o una moneda de a diez. El camino. Se me antoja ver la hora, solo por el capricho que implica verla; el movimiento verticaloide y borracho de mi brazo para revelar mi muñeca que sostiene el reloj bajo una capa de tela azulosa. Regresar el brazo a una posición conveniente para el avanzar de las m a n e c i l l a s. Que vayan un poco más lento de lo que van normalmente, para poder fijarme bien en que minuto se supone que estoy, y cuanto falta para seguir esperando.

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