eso que ni qué

Yo estaba parado. O sentado. No recuerdo. Y así como así, de la nada (más bien de la entrada) tres payasos armados con trompos de hierro y trajes italianos (mas bien flameados), arremetieron contra el bioficio de los que estaban ahi parados. O sentados, no recuerdo.
Eran tres, como dije. El más alto, el más blanco y el más grande.

El primero se doblaba en el techo, y parecía que estaba a punto de vomitar hacía arriba. No era capaz de mantener su cabellera fuera de su vista. Ni lograba caminar sin hacer un ruido espantoso, como el de unisel mojado y plumas secas al mismo tiempo. Era desagradable. Pero alto. Muy alto.
La segunda, por más ganas que le echaba para impresionar a todos, solo lograba menguar su panza caída cada que movía el pescuezo al puro ritmo de alguien que ha consumido mas de 19,000 particulas de ácido lisérgico. Parecía una crisálida que ocultaba duraznos en las bolsas, ya que esos bultos soanaranjados se veían bien caídos de un pérsico fresco. Llevaba dos botellas de güisqui marroquí estrecho por las rocas. Y dos días sin bañarse. O eso olía.
El tercero y último, pero no por eso el más feo (todos eran feos) tenía una mirada pálida. Como si hubiese olvidado tender la cama en la mañana. O como si no se hubiese terminado el licuado de papaya, nuez y piña que le dió su hermana, la que le pega. Porque debe tener más hermanas. Algunas que no le peguen por dejar los calzones tirados en el piso. O que no lo amarren contra la pared por haber hecho que un encendedor se diera cuenta de su propia existencia. (Ahora el encendedor se niega a prender, y sabemos que él sabe que solo lo hace para molestar). A pesar de su tamaño, su quejido como de oruga siendo aplastada, era singular y nada preocupante. No tenía piernas y solo una mano.

¡Que padre!

¡Que escena! Todos enrabietados por su anónimo desvelo. Los sentados mas lejanos se fruncian. Los parados mas cercanos se tapaban todos los orificios visibles. Y yo no recuerdo si estaba parado o sentado.

No tiene mucho caso decir que hacían los demás. No los vi. Ni tiene mucho caso que describa a los payasos. Ni una sola de las personas era igual a otra, y punto. Nadie se parecía y ya.

Pero todos coincidan solo en una cosa. Todos. Los sentados, los parados, los payasos y el coductor:
Ninguno de ellos me iba a ver la cara mientras se destilaban enfrente de mí. Eso no lo soporto.

- eso que ni qué,
dijo el amable y sabio señor que iba saliendo al unísono conmigo.

FIN

Comentarios

  1. es un camion
    y sus pasajeros


    tengo un moreton verde en el cachete

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