Para
quien ha escrito en talleres literaros de la urbanidad contemporánea,
sabe del silencio intermitente, del chacoteo previo al grafito
deslizandose, del piesito inquieto de quien lo imparte cuyos brazos
estira entre cada renglón o párrafo, de la hoja volteada que asegura la
continuidad y el hilo de nuestro universo, del puño firme de la de
chaleco verde, que mira, con recelo, las letras que reciben espacio en
una libreta inmaculada; el dedo que se estrella contra el labio y luego
es uña y luego mordida; la manuscrita de quien acaba de llegar y que
lanza la consigna sabia de "maestro", mientras el halo del ego se ve
plasmado en las estadías o retiradas que no hacen si no recordarnos la
fragilidad de quien ha decidido ver los trenes pasar, en vez de subirse a
ellos.
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